La palabra queer tiene un origen anglosajón y significa una injuria sexual: put@, bollera, tortillera, maricón, anormal, travesti, loca. Designa todas aquellas prácticas e identidades sexuales que se alejan de la norma, que están por fuera de la categoría binaria de género (la feminidad/masculinidad) y distantes de prácticas heterosexuales (homosexual, bisexual, lesbianas, transgénero e intersexual).
Su emergencia en los años 80, en New York y los Ángeles, supuso microrrevoluciones de carácter radical, al margen de los movimientos feministas, de gays y lesbianas, representantes de grupos de blancos y de clase media, según Preciado (2008). Desde una perspectiva antiasimilacionista y antiidentitaria, el movimiento queer se distancia de los grupos hegemónicos a la vez que se fracciona internamente.
Hay transexuales que señalan haber nacido “encerrados en el cuerpo del sexo contrario” y que piensan que los dispositivos técnicos puestos a su servicio por la medicina contemporánea no son sino formas de desvelar su auténtico y verdadero sexo. Otros transexuales afirman su condición gender queer, de desviados de género, pero rechazan las asignaciones hombre y mujer como imposiciones normativas. Según Preciado (2008) esta diferencia política más que somática, entre personas bio-género y personas transgénero parece irreconciliable, pero se volverá obsoleta durante los siglos venideros.
La teoría queer avanza en los procesos de desvelar la invención política de la sexualidad (heterosexual/homosexual); en la crítica a los dispositivos políticos de asignación de género y de identidad sexual; y en la visibilización de colectivos tradicionalmente excluidos dentro del movimiento feminista: negros, migrantes, discapacitados, clases populares y todos aquellos colectivos considerados abyectos, subalternos.
Sin embargo, cada vez se fragmenta más internamente. Por un lado, el ala más radical se opone a cualquier pretensión de normalización de la categoría de género, a tal punto que apuesta a no inscribirse en ninguna opción de la clasificación binaria identitaria de tipo sexual. “Queer no puede ser una identidad”.
Por otro lado, se opone a una política de integración y reproducción del matrimonio entre personas del mismo sexo como dispositivo heteropatriarcal disciplinante; a las posiciones abolicionistas respecto al trabajo sexual que terminan invisibilizándolo y precarizando a sus trabajadores/as; y a las políticas de paternidad.
Un ejemplo, del ala radical es Paul B. Preciado quien intervino su cuerpo con testosterona para transitar de manera libre y construir su propia identidad; identidad abierta, que transita: "No soy un hombre. No soy una mujer. No soy heterosexual. No soy tampoco bisexual. Soy un disidente". Esta posición teórica y política muestra la fragmentación del feminismo e incluso, del movimiento queer y de los partidos políticos (es el caso de izquierda Unida, de Podemos frente al PSOE, en España). Su posición no es negar la importancia actual e histórica del feminismo sino de plantear que éste ha sido y es insuficiente.
El género (femenidad/masculinidad) no es ni un concepto, ni una ideología, ni un perfromance: se trata de una ecología política. La certeza de ser hombre o mujer es un ficción somaticopolítica producida por un conjunto de tecnologías de domesticación del cuerpo, por un conjunto de técnicas farmacológicas y audiovisuales que fijan y delimitan nuestras potencialidades somáticas funcionando como filtros que producen distorsiones permanentes de la realidad que nos rodea (Preciado, 2008:89).
Por ello, en una de sus múltiples ponencias Preciado señala: Empecé siendo feminista radical y ahora soy trans antiidentidad porque la identidad, como el género o la raza, es una invención, el modo de hacer política del antiguo régimen. Agrega que la palabra queer ha perdido buena parte de su potencial subversivo, ha dejado de servir como denominador común para nombrar los procesos de proliferación de estrategias de resistencia a la normalización.
Esta es una disputa política, que irá haciendo camino a través de esas microrrevoluciones que pueden llegar a tener un mayor alcance para determinar cómo nos construimos como sujetos. De todas formas, urge comprender también las condiciones específicas de la opresión de los cuerpos transexuales, transgénero, discapacitados o racializados.
BIBLIOGRAFÍA
Butler, Judith, 2001, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidos, México.
Preciado, Beatriz 2008, Testo Yonqui. Editorial Espasa, Calve S.A. España.
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