Hemos tratado el tema en entradas anteriores: la importancia
del trabajo de campo en el éxito de las encuestas, o los límites de las técnicas cuantitativas para captar el discurso social y político. En este sentido, la revista Encrucijadas publica una interesante entrevista a
una veterana encuestadora del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). En
la misma, la entrevistadora hace referencia a aspectos muchas veces olvidados
en el diseño y el análisis de las encuestas.
En primer lugar, apunta varios problemas de validez. Tales como la polisemia (las personas entrevistadas entienden de forma
diversa el significado de términos como “liberal”), la falta de comprensión de
algunas preguntas o, incluso, la necesidad por parte de la encuestadora de
traducir algunas ellas al lenguaje coloquial. Algo que aleja a los instrumentos
del grado de estandarización necesaria. Dichas dificultades de comprensión dificultarían
también el proceso de comunicación: “la gente da por supuesto que lo que les
voy a preguntar la gente lo entiende, y si no lo entienden piensan ‘yo soy
idiota’”. Además, reflexiona acerca de
la escala de 1 a 10 en la posición política: muchos entrevistados quieren
situarse “en el centro exacto” y dicha escala no dispone de punto central.
En segundo lugar, detalla algunas dificultades muestrales
que son observadas en el campo. Concretamente se refiere a aquellas personas
que no saben aún a quién votar y no contestan; o a aquéllas que no muestran
interés por participar en un sondeo electoral, aunque finalmente sí voten: “no
saben qué hacer con su voto y ese desafecto no se está recogiendo bien”. Añade
que, en tiempos pasados, era relativamente fácil realizar entrevistas de
intención de voto en los barrios populares, pero que hoy la situación ha
cambiado: la precariedad se ha traducido en desinterés por la política y
también por los sondeos electorales.
Y en tercer lugar, denuncia la falta de soluciones a
problemas observados por los encuestadores/as en el campo:
Por ejemplo, en una encuesta sobre la sanidad, en la que se
pregunta “si a los extranjeros se les trata diferente que a los españoles”, te
responden "por supuesto que sí hay diferencia”, pero dicen que hay
diferencia porque a los extranjeros les tratan mejor. No es la diferencia que
parece que es. Cuando pasa, pones una anotación al final, en el ‘no contesta’…
pero han pasado un montón de años, y la pregunta no se cambia.
Poder comparar históricamente datos de encuestas es un
aporte para abordar los cambios sociales. Pero si los ítems no cumplen con los
mínimos requerimientos, ¿merece la pena continuar recogiendo información que no
es válida? Si Wright Mills levantara la cabeza, seguramente guardaría este
pasaje para ilustrar el ethos burocrático.
En cualquier caso, el documento nos muestra una vez más la
importancia de conocer lo que ocurre en el trabajo de campo cuando se diseña un
instrumento de recolección. En una entrada anterior, recomendábamos que los
propios autores/as de un cuestionario realizaran los pre-test o pruebas piloto
de los mismos. No es algo trivial, las exigencias en el diseño deben ser
mayores para aumentar la calidad de la información obtenida.
REFERENCIAS
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